«No nos vamos, nos quedamos», dice un letrero que indica la nueva dirección de una heladería en Pedernales, epicentro del terremoto que devastó la costa norte de Ecuador hace un mes, y donde los habitantes retoman sus actividades en medio de la remoción de escombros.
 
En el atrio de la iglesia del balneario de Pedernales, en la provincia de Manabí, Maritza Baluarte con una silla, una mesa y un espejo improvisó el domingo una peluquería en la que cobra 1,50 dólares por cada corte.
 
«Se me cayó todo en el momento del terremoto, todo se me perdió. Tenía un espejo en la casa y una señora me regaló una mesita para volver a trabajar», cuenta Baluarte, de 36 años.
 
Ella duerme junto a sus padres en una carpa instalada frente a su casa que quedó destruida tras el sismo de 7,8 grados de magnitud. No se ha trasladado a un albergue por temor a que le roben las pertenencias que quedan entre los escombros.
 
«Qué más queda que sonreír y echarle ganas para seguir adelante. Es duro, pero yo digo que nada es fácil y hay que luchar», sostiene la peluquera con una sonrisa.
 
Al filo de una calle, se instalaron vendedores de pescado, verduras, ropa y carne. Alrededor de ellos hay edificios en ruinas cercados para impedir el ingreso de personas, o maquinaria que remueve grandes pedazos de hormigón.
 
Donde estaba el mercado de mariscos, decenas de obreros levantaban una nueva estructura para los comerciantes. La intención es que este lugar sea «el símbolo de la reactivación económica de Pedernales», según el ministerio del Interior.
 
Aunque el gobierno no ha informado el costo de la reconstrucción en las zonas afectadas, el presidente Rafael Correa en principio estimó los daños en unos USD 3.000 millones y advirtió que el proceso será largo y costoso.
 
Turismo entre escombros 
En el malecón de la turística Pedernales el sonido del mar se pierde entre el ruido de la maquinaria que retira los restos de hoteles y restaurantes que cayeron con el terremoto, que deja 660 muertos, una decena de desaparecidos y más de 28.000 albergados.
 
Una enorme garra de una excavadora que levanta enormes bloques de concreto y hierro retorcido se roba el espectáculo que antes era el mar. Algunos turistas sacan sus teléfonos celulares para fotografiar los restos de edificios colapsados.
 
«De a poco la gente llega a visitar Pedernales, aunque muchos lo hacen por curiosidad, por tomar fotos de los escombros que quedaron», señala Tito Parrales, propietario de un bar. Él cree que los visitantes «lo hacen sin ninguna mala intención».
 
Soraya Montero, de 44 años, y su familia decidieron pasar el domingo en Pedernales, donde al menos 2.500 viviendas resultaron afectadas y de 35 hoteles, 22 colapsaron y los demás quedaron seriamente afectados.
 
Montero llegó a este apacible balneario del Pacífico luego de asistir a una misa de honras de unos familiares que murieron sepultados durante el terremoto.
 
Es «muy doloroso, (siento) mucha pena de ver cómo está la ciudad, pero también con alegría porque hay gente que está trabajando con ánimos y empezando nuevamente», dice Montero, quien viajó desde Baños, en la provincia de Tungurahua.
 
El sismo y las demoliciones cambiaron el paisaje de Pedernales al punto de que sus habitantes se confunden al transitar por las calles, pues donde antes había comercios de referencia hoy solo aparecen sitios descampados.
 
«Hay almacenes y hoteles que se han caído y yo digo: ¡ay, por dónde es que voy! Me pierdo ahora que se demolió», asegura Ernestina Zambrano.

Fuente: http://www.ecuavisa.com/articulo/terremoto/noticias/155596-no-nos-vamos-afirman-comerciantes-zonas-afectadas-manabi

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